Así Soy (Autobiografía ELF – 3ª Parte)

martes, mayo 06, 2008

En las navidades del 77 fui a ver por primera vez una gran superproducción al cine, concretamente en los cines COY de murcia. La película se estrenaba en España con varios meses de retraso, y ya todos los niños sabíamos algo del filme antes de verlo. Recuerdo la cola infinita en la Gran Vía, los nervios por entrar en la sala, la magia de aquellos boletos diminutos de papel verdoso…

Yo hasta entonces apenas había pisado un cine, y sólo los de verano, ya fuera en Murcia o en Badajoz, en los que se veía una película, habitualmente de James Bond o de Bud Spencer mientras cenabas un bocadillo de calamares o de tortilla de patatas. Pero aquellas experiencias maravillosas nada tuvieron que ver con la sala a oscuras, con la pantalla enorme, gigantesca, a apenas unos metros de distancia, la sensación de estar dentro, completamente sumergido, del universos creado magistralmente por G. Lucas… Aquella película se instaló en mis sueños durante meses, y deseé, antes de desear ser escritor, ser director de cine. También quería ser Luke Skywalker, claro.

Vivía en una casa fabulosa en aquellos años, en el noveno piso, con una habitación mágica para mí solito. Allí me construi un mundo propio. Desde mi ventana podía ver la huerta, que crecía salvaje justo donde finalizaba el recinto vallado que rodeaba los dos grandes bloques amarillos de edificios en los que vivíamos. Desde esa misma ventana vi construir un instituto, y un hogar del pensionista, y calles y edificios nuevos… Y también un colegio al que pronto fui: Santa María de Gracia. Desde aquella ventana de ensueño pude ver al Rey inaugurándolo. En el saliente de aquella ventana hacían con bolitas de barro las golondrinas sus nidos, y yo las observaba…

Aquel recinto que rodeaba los dos bloques fue mi patria durante años. Al otro lado se abría la ciudad; lejana; el barrio, con niños salvajes a los que apenas conocíamos; la huerta, agreste y peligrosa, con acequias sin cubrir en las que era fácil acabar…

Yo iba a un colegio en un pueblecito llamado Beniel, en el que mi madre daba clases. Allí me enamoré por primera vez. Primero de mi profesora de parvulario, luego de una compañera de clase llamada Julia. Todavía la recuerdo, con el pelo lacio y rubio, los ojos muy oscuros, casi negros. Me miraba de una forma extraña, como tratando de desvelar qué diablos me rondaba por la cabeza. Me decía: «me gustas porque eres diferente». Sabía que le gustaba de verdad, pero aún así me moría de celos. Cualquier cosa que hiciera por ella me parecía poco, con tal de demostrarle mi infinito amor. Un día un idiota en el recreo lanzó su cinta del pelo al otro lado del patio: primero le di un puñetazo al bandido, y después salté un muro de casi dos metros (ayudado por un amigo primero y por piedras del otro lado) bien rematado en lo alto por botellas de vidrio partidas. Cuando regresé con la cinta y se la entregué a Julia ella me miró asustada (me había cortado una mano y sangraba) y después me dio un beso en la mejilla.

Todavía dura el calor de ese beso en mi mejilla, todavía sigo pensando que el doloroso corte en la palma de mi mano fue pequeña heroicidad para tan grande recompensa…

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