Así soy yo (Autobiografía ELF – 7ª parte)

martes, octubre 04, 2011

1983. Vaya una pasada. Terminaba quinto y pasaba a lo que entonces se llamaba «segunda etapa». Dejaba atrás tener una profesora para todas las asignaturas y ahora tocaba un «profe» diferente para cada una. Era un poco lioso al principio, pero «molaba».
Recuerdo aquellos pupitres de aglomerado rematados en un verde apagado. Recuerdo las tizas cuadradas que tanto manchaban (las cilíndricas eran para los colegios privados). Y recuerdo los rostros de mis compañeros de clase.
Yo seguía dale que te pego con la informática, enamorado de los ordenadores. Como hasta finales de año, por navidad, no conseguí mi flamante Spectrum+ 128, tenía que conformarme con las revistas o con bajar a casa de mi vecino Toni y programar en su habitación, ayudados por su hermano Jesús, que nos parecía «supermayor». Tal era mi chaladura, que me dio por escribir todo en sistema binario. Y aprendí a hacer cuentas   en ese sistema a una velocidad prodigiosa. Tanto que un día se me ocurrió hacer un examen de «mates» en binario. El profesor, un santo, Don Andrés, me dijo que era uno de los niños más inteligente que había conocido (lo cual me llenó de orgullo), pero que no me pasase de listo. De todas formas, aquel curso saqué un 10 en todos los exámenes de matemáticas.
Aquel año en los recreos nos pasábamos el tiempo hablando de chicas. De manera infantil, pero hablando de chicas a fin de cuentas. Y yo tenía la cabeza hecha un lío. Por un lado me hacía gracia una compañera nueva que había llegado en quinto llamada Yerma (me parecía un nombre alucinante, arrancado de una obra de Lorca) y por otro seguía coladito de R.C., aunque creía que ambos eran amores imposibles (me imagino que en algún siglo explicaré las vueltas que da la vida). Y llega sexto y, ¡ZAS!, Ester resulta que entra en mi colegio. Dos años separados y vuelve. Ella estaba más guapa que nunca y yo me había llenado de espinillas. Y media clase se enamoró de ella. Un desastre. Y para terminar de liar la cosa, en los bloques en los que vivía, una vecinita monísima cuatro años menor que yo, C.M., me escribía preciosas cartas de amor. ¡Pero yo la veía tan pequeña! ¡Por favor, cuatro años era un abismo!
Entre tanto lío de chicas, se iba afianzando mi pasión por el cine y la literatura. Me encantaba pasarme los fines de semana leyendo. Y cuando llegaba el verano me iba unos días a casa de mis abuelos, y allí me esperaba la biblioteca de mi abuelo, con sus miles de volúmenes. Me chiflaba. Pero más me gustaba ir al monte con mi abuelo, y recoger alcaparras e higos chumbos. Regresábamos a casa con bolsas llenas, pero doloridos por las púas de los alcaparros y por las espinas de los higos. Mi abuela nos embadurnaba con aceite de oliva y luego nos metíamos en la piscina para que se desprendiesen. Me recuerdo disfrutando de los higos mientras anochecía, con el escozor de las mil heridas, aquel escozor que mi abuelo decía era el del trabajo bien hecho.
En 1983 se estrenaron muchas películas, pero a mí me llegaron Yentl, La fuerza del cariño y, especialmente, Flashdance, cuya BSO me acompañaba a todas partes. Y claro, se estrenan en España una serie mítica, y de la que ya he hablado mil veces en el Blog, Cheers; y otra no menos de culto: El Equipo A.
Respecto a la música, en fin, lo mejor es hacer un breve recopilatorio de lo que más me enganchó:

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